La causa contra el régimen no era una fachada, ni mucho menos una retórica política en el sentido en que lastimosamente la solemos percibir hoy en día; la causa era una imposición social que ese buen gobierno radical, primer gobierno democrático y republicano, supo leer, levantar como bandera y plasmar de diversos modos.
Don Hipólito, era un político austero que creía en la simplicidad de las formas de relación con los otros, guardando una coherencia política y también, porque no, afectiva con los sectores trabajadores que al mismo tiempo eran los desposeídos y olvidados de antaño, de siempre.
«No hay nada más noble ni más eficiente en el hombre que la conciencia de bastarse a sí mismo, en todas las contingencias y los órdenes de la vida», dijo el presidente de la libertad, ese que promovió el principio de autodeterminación de los pueblos, porque bien sabía Yrigoyen que nada se logra si primero no se práctica la libertad: si no hay libertad, sólo se camina por medio de la coacción. Y la imposición y el miedo conducen al abismo y la inanición.
Celebramos el centenario de la asunción a presidente de un hombre hecho bandera, porque lo que perduran son las ideas y los principios, y sus nobles ideales que siguen más vivos que nunca en nosotros.