He visto esa mirada y hasta la he soñado, he sentido en carne propia la espantosa sensación de no poder hacer nada y aun así seguir sintiendo la necesidad de seguir, he sentido el rechazo de los descastados, por el lugar de donde vienen, conozco a quienes reniegan de sus orígenes y también los vi transformarse en poderosos, que luego fueron contra esa clase de la que provienen.
Contra los viejos que, les dejaron todo servido en bandeja, a los que, desde tiempo inmemoriales, han castigado quitándoles derechos, he visto sus manos callosas, esas manos que generaron riquezas incalculables en un país que, lo tiene todo y vi también como los buitres del poder se los arrebataron hasta sumirlos en la miseria.
He visto a mi padre y mi madre doblar su espalda de sol a sol en el campo, para que después de 40 años de trabajo los echaran como perros, porque el dueño murió y asumió su hijo que jamás le trabajo un día a nadie, escucho a jóvenes petulantes, tan soberbios como ignorantes hablar de lo que no saben y creer que el mundo es de ellos, crear formas de ganar mucho sin hacer nada y cuestionar a los que todos los días se esfuerzan por sobrevivir en un país que, no sabe de buenos dirigentes, que cuestiona la honradez, la honestidad y el mérito.
He visto lustrar el bronce de los impresentables, hacerle monumentos a los corruptos y a otros corruptos demolerlos. He visto subir y caer a los que se creían imprescindibles, a los que nunca entendieron los manejos del poder, como no sea para enriquecerse, a los que pensaban que habían hecho una alianza y luego sus propios socios políticos derribarlos como un castillo de naipes, a los que creían saberlo todo, pero que nunca aprendieron nada, a los que te subestiman por no tener un titulo y a los que tienen varios, pero siguen siendo unos imbéciles.
He estado sentado con presidentes y los he tratado con el mismo respeto que a los empleados de limpieza de un edificio público, y me sentí más cómodo con estos últimos, he comido en el Sheraton y en una humilde casa de la Margen Sur, he estado en partidos de polo y marisqueando en Punta María, pero no he cambiado, sé de dónde vengo, sé a dónde pertenezco, se en quienes confiar, es una vida de amarguras, de decepciones, de creer conocer a quienes jamás conocí. He visto que los que mas tienen son los que menos dan, son los que se esconden detrás de un apellido y el auto mas grande, porque sino son invisibles, lo único importante que tienen, muchos de ellos, es lo material que pueden mostrar, pero ni una gota de humanidad, humildad, educación y respeto.
He visto a esos mismos, cambiar de ideología, o mostrar lo que en realidad eran, cuando tuvieron la posibilidad de una mínima cuota de poder que los transformó en miserables, pobres de espíritu, vacíos de contenido y lamebotas de los jefes.
La vida enseña lo que no enseña ninguna universidad, la calle te muestra lo que nadie se atreve a mostrar y lo que la mayoría no quiere ver, se lo que es tener una sola muda de ropa, vivir en una pensión y también un traje a medida y un departamento en pleno centro, comer una sola vez, tener la heladera tan llena que ya no entraba más nada, no tuve nada y después tuve todo lo que deseaba, tuve tantos autos como puede y hoy no lo tengo, se lo que significa empobrecerse en un año, pasar de una casa a una casilla, per sin perder la independencia de pensamiento, la libertad, el poco o mucho prestigio y respecto que me merezco.
Pero tengo algo que hoy no abunda, principios, lealtad, honestidad intelectual, y el orgullo de haber estado siempre de este lado, de los que, como yo se han curado en soledad, por elección, soy de los que no tiene nada que perder o si, el que no responde a ordenes, como los lobos que, a diferencia de leones y tigres, no hacemos piruetas en los circos, soy lo que ellos llaman “un tipo peligroso”, porque saber no es lo mismo que conocer y yo los conozco.
He caminado por las calles de Manhattan y por las oscuras madrugadas del conurbano bonaerense, por caminos de tierra y barro y por las calles de Las Vegas, antes de eso traté de conocer lo más que pude de mi país, he visto la magnificencia de nuestra Patagonia cordillerana y las cataratas del Niagara, vi a los niños de allá y de acá, los de La Matanza y los de Madrid, de las favelas de Rio de Janeiro y de las afueras de Trelew y vi en unos y otros, los ojos tristes, la mirada muerta y la esperanza rota, no hay un lugar donde no haya visto la pobreza de esas almas, descalzas, vestidas con andrajos, y olvidadas, fuera de todo sistema.
Solo a algunos pocos, se les ocurre bajar la vista y dirigirles una mira de empatía, solidaridad, acompañamiento, contención o cuidado. Esos niños están ahí, en cada rincón del mundo y cuando escucho “a mi me importa lo que pasa aquí, no lo que pasa afuera”, me pregunto, ¿Qué es lo que les importa?
Cuando te sugieren que decir, de que hablar, a quien prestar atención, que discurso elegir, que cuestionar y que no, me pregunto, ¿Qué les importa?, cuanto es suficiente para calmar la avaricia, cuanto hay que acumular para poder ostentar más, y cuanto más hay que quitarle a la sociedad, a los niños, niñas, adolescentes, y adultos mayores, para sentirse poderoso solo por tener algo material, mucho material o solo lo infinitamente material para generar más pobres.
¿Cuántos niños indigentes se necesitan para satisfacer la maldad y la perversidad de los dirigentes, de ahora, de ayer, de toda la vida en este país?, cuantos ancianos más deben morir en la pobreza después de haber trabajado toda la vida, cuantos, como mi viejo, serán echados de sus trabajos sin la más mínima consideración. Cuanta indiferencia es necesaria para satisfacer la voracidad de cada uno de los que esconden esto que pasa desde hace mucho en Argentina. ¿Qué les toca el corazón, el alma, la solidaridad, para ignorar de una manera tan brutalmente impune, lo que ellos mismos han generado?
He visto llorar en silencio, a padres que no pueden comprar alimentos a sus hijos, a hijos que no pueden comprar los medicamentos de sus padres y tener que verlos morir sin que nadie haga nada, nadie y cuando digo nadie es así de crudo y real, nadie está ahí para darles la más mínima ayuda. Pero, ellos siguen enriqueciéndose, comprando propiedades, fugando dólares, robando esperanzas, vendiendo el país, entregando los recursos naturales, la sangre y la vida de sus habitantes.
He visto llorar médicos y enfermeras en los pasillos de los hospitales, antes y ahora, por no tener los insumos que les permitan salvar una vida, veo trabajadores llorar porque las fabricas donde trabajaban bajaron sus persianas y ya no tiene posibilidad de un empleo.
Veo estudiantes dejar facultades, porque ni aun trabajando pueden seguir con sus carreras, se naturalizó que una persona en 2024, tenga que tener 3 trabajos para sobrevivir. Madres en las calles, vendiendo lo que cocinan, con sus hijos en brazos, veo las injusticias de la justicia, el abuso de poder, la impunidad de los jueces y el destrato con la sociedad, todos ricos, todos soberbios, todos lejos de la sociedad, todos permeables al poder de turno, desvergonzados, políticamente correctos.
Todos esos seres humanos, maltratados, abandonados, olvidados, pueblan las calles de este país en ruinas, sumergido en las más asquerosa corrupción en todos los niveles, desde siempre y para siempre, no importa si les gusta a los de antes o los de ahora, es una verdad irrefutable, los cómplices de todo este daño, deben hacerse cargo, los que lo ocultan, los que dicen “no tengo opinión formada”, infames, mentirosos, deberían dejar de lado su lugar de bienestar y empezar a repasar su historia, dar un paso al costado y dejar que a los capaces, los probos, honestos y leales a quien los votó, los que han hecho méritos, a los que se esfuerzan, se sacrifican y pueden mirar todo esto que, acabo de describir y al menos tener la humildad de reconocer su responsabilidad, en el daño producido. En el exterminio social, laboral, y económico que han perpetrado contra este país y que no es responsabilidad de uno, sino de todos, también gran parte de la sociedad que, de manera directa o indirecta, no solo apoyó gobiernos nefastos, fue y es cómplice, sino hasta golpes militares, represión, desapariciones, vejaciones inimaginables y quita de derechos, como ahora, como siempre.
He visto, niños revolviendo la basura, en Buenos Aires y en Rio Grande, pero en ninguno de los dos lugares vi a alguien sacándolos de esa situación, al contrario, donde había uno ahora hay 5, gracias a los muchos que siguen mirando para otro lado.
Dijo el gran Nelson Mandela: «¿Qué hay que cambiar? ¿Tenemos el valor de cambiarlo? Si de verdad queremos acabar con el hambre y la pobreza, tenemos que cambiar nuestras prioridades»
Armando Cabral
www.lalicuadoratdf.com.ar