La memoria del olvido, el olvido de la memoria. Hace 42 años, el 2 de abril de 1982, comenzaba uno de los pocos conflictos armados entre una potencia nuclear y un Estado de América Latina en la historia del continente. Fueron 74 días de guerra. Fallecieron 649 soldados argentinos y 255 británicos. La guerra de las Malvinas terminó con la derrota argentina y la renuncia del dictador Leopoldo Galtieri (1926-2003). Un enfrentamiento por un territorio —en discusión durante 500 años— localizado a 600 kilómetros de la costa de Argentina y a 12.000 del Reino Unido. Pese al valor geoestratégico, su economía mezcla la cría de ovejas, la pesca y los cruceros. Pero algo cambió en 2010. La compañía británica Rockhopper descubrió enormes reservas de petróleo en el yacimiento Sea Lion (León Marino), a unos 220 kilómetros de la costa argentina. En una zona del Atlántico Sur donde los vientos aúllan y las olas rolan el cielo.
El campo contiene —acorde con las estimaciones— unos 1.700 millones de barriles de crudo. En Gran Bretaña, su mayor yacimiento, situado en el mar del Norte, Rosebank, apenas acumula 300 millones. El León Marino ruge seis veces más fuerte. Tras la salida de la operadora Harbour Energy del proyecto (fue adquirida por Chrysaor Holdings en septiembre de 2021), está controlado por la israelí Navitas Petroleum (65% en la participación de la explotación) y por su descubridor, con sede en el Reino Unido, Rockhopper (35%). Bajo los pozos (a 1.500 pies de profundidad, 457 metros) se encuentra el tesoro.
Vistas en el mapamundi, las Malvinas son dos grandes islas (isla Soledad y Gran Malvina) y unas 800 más pequeñas. Algunas casi espolvoreadas sobre el agua batiente, y la capital es Stanley (isla Soledad). La extracción máxima que estiman los dos socios (Navitas y Rockhopper) podría alcanzar una producción de entre 55.000 y 80.000 barriles diarios. El desarrollo se plantea por fases y la primera tendrá 11 pozos.
Desde luego, en un mundo que quiere cerrar el paso al petróleo y al gas, este proyecto nada a contracorriente. El periódico británico The Telegraph avisa de que estos planes podrían crear un “bochorno político” a los laboristas, que han prometido prohibir nuevas exploraciones de crudo y gas en aguas británicas. Pero Keir Starmer, primer ministro del Reino Unido y miembro del partido, puede hacer poco. Las Malvinas es un territorio de ultramar autónomo y decide por sí mismo el futuro de sus recursos naturales. Y pese a que la empresa Navitas está controlada por accionistas israelitas y estadounidenses, el campo cambiará durante años la economía de las islas en términos de tasas e impuestos sobre los beneficios. “En un entorno del petróleo a 70 dólares por barril, el desarrollo de Sea Lion puede generar más de 1.200 millones de dólares en ingresos durante el pico de la producción y el Gobierno de las islas ganaría 1.700 millones (1.550 millones de euros) en la existencia útil del yacimiento”, desgrana un portavoz de la consultora Rystad Energy. Y añade: “Podemos comparar las Malvinas con un país como Guyana [produce 645.000 barriles diarios, la tercera nación extractora, por detrás de Brasil y Estados Unidos, que no pertenece al cartel de la OPEP]”, donde los ingresos del petróleo están cambiando la suerte del territorio”. ¿Fortuna? La revista Forbes reconoció que sus selvas tropicales son comparables en tamaño a Inglaterra y Escocia juntas, y sirven de “sumidero crucial de carbono con aproximadamente 19,5 gigatoneladas de este elemento almacenado”. El crudo amenaza su capacidad de absorber CO2.
Sin duda, perforar esa enorme cantidad de petróleo puede abrir un agujero en la transición verde. Navitas ha presentado una Declaración de Impacto Ambiental (EIA, por sus siglas en inglés) de 1.591 páginas que se ha propuesto a consulta entre los 4.000 habitantes (todos con ciudadanía británica) de las islas. Mientras, Rockhopper reconoce que son “incapaces de especular sobre el efecto que tendrá en la economía de las islas” y se remite a su socio israelita.
2.000 empleos
No es un juego de suma cero. Algo se pierde, algo se gana. Dinero, sin duda. “Los hidrocarburos en alta mar tienen el potencial de ser una parte de nuestra economía en las próximas décadas. Al mismo tiempo, reconocemos que los impactos medioambientales se deben gestionar con cuidado y resulta esencial proteger el entorno único de las Malvinas”, subrayó John Birmingham, diputado de la cartera de recursos naturales. En la ecuación entran 750 puestos de trabajo en el Reino Unido durante la fase de construcción y 1.375 asociados. También, claro, el descontento argentino que viene desde 2010 y busca aliados en la región.
A las dudas medioambientales le acompañan las económicas: la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha sido muy clara —advierte a través del correo electrónico el think tank londinense Carbon Tracker— sobre que “no existe más espacio en el presupuesto de carbono para nuevos proyectos de petróleo y gas de ciclo largo”. La demanda mundial de crudo llegará a su máximo en esta década y luego disminuirá. Los gobiernos que apuesten por subsidios podrían ver que ese dinero ya no regresa. Los hidrocarburos nunca serán motivo para iniciar otro enfrentamiento entre Argentina y el Reino Unido, pero un mar de olas corrugadas advierte de la fragilidad de la naturaleza y del ser humano.
El riesgo de una prosperidad de ‘ahora’
La Administración de las islas Malvinas ha abierto la puerta a una “prosperidad” sencilla. Más sencilla que la cría de ovejas, el turismo o la pesca. Es un atajo en el tiempo. El futuro ni es el gas ni el petróleo. Pero las personas viven en el presente. El crudo del yacimiento León Marino (a 150 millas de la costa argentina) sería procesado por un buque flotante de producción, almacenamiento y descarga con petroleros que se llevarían el oro negro para venderlo en los mercados energéticos mundiales. Poco o nada llegaría al Reino Unido; mucho a Malvinas. Importar las ganancias, exportar los problemas medioambientales.
Con información de El País de España