Como se dijo, el mercado mira lo fiscal, lo cambiario y el nivel de reservas, todo con una lógica de corto plazo que les permite a sus animadores jugar con las cartas marcadas.
Por caso, aunque las tasas en pesos pierdan con la inflación y perjudiquen a ahorristas individuales poco sofisticados y a institucionales sujetos a mil restricciones, en tanto el estado de cosas descripto asegure tipos de cambio paralelos planchados, será redituable posicionarse en moneda nacional para correr hacia el billete verde justo a tiempo. Es la conocida bicicleta.
Ahora, quien tenga intención de pensar en un país que debe tener un futuro se llena de interrogantes. La desinflación no está garantizada y la salida de la recesión puede ser menos rutilante que lo deseable. Sin embargo, por encima de todo, cabría hacerles una pregunta fundamental a los cráneos que rigen hoy los destinos de la Argentina:
- Si todos coincidimos en que el desarrollo depende de que se incremente la productividad de la economía a largo plazo, ¿qué prodigio conseguiría ese resultado con un gobierno que asfixia el consumo –causa de la actividad y la inversión–, abandona la generación de infraestructura, liquida el complejo científico-tecnológico y desinvierte en educación y salud? Más todavía cuando la dolarización es el cepo que pergeña para que el porvenir encuentre la placidez de un camposanto.
Cabe hacer, en este punto, un alto en medio del bajón. Gracias al acuerdo firmado en 2022 con la firma malasia Petronas, YPF dio ayer el primer paso para «la adjudicación de las ingenierías de las unidades flotantes de licuefacción». Esto debería abrir la puerta a la exportación del gas de Vaca Muerta en forma de gas natural licuado (GNL), lo que rompería virtuosamente el techo meramente regional de ese negocio. Esa Argentina sí entusiasma, una que sumaría con los hidrocarburos un motor tanto o más poderoso que el del complejo agropecuario y podría terminar para siempre con la escasez de divisas. Por favor, que nada corte ese sueño. |