Ambas cosas darían por resultado favorables empleos formales y genuinos, con mejores salarios, empresas en crecimiento y con ello, una mejor calidad de vida para todos los argentinos.
La presión impositiva se ha convertido en un perfecto sistema de opresión camuflada.
La presión impositiva no solo nos oprime, sino que es sentida por la población y a veces no nos damos cuenta, o peor si nos damos cuenta y terminamos siendo sufrientes de las impericias, negligencias e imprudencias de toda nuestra dirigencia política.
En los años 90, la presión impositiva ya era del 22% del PBI, el Estado había crecido un 25% y las ayudas sociales representaban una cantidad cercana a las 500.000.
El aumento del Estado en estos años no había dado muestras de tener relación con una mejora en la calidad de vida de la gente, por el contrario, prácticamente el resultado fue lo opuesto: en esos años la inflación se disparaba y la pobreza mostraba franco aumento.
A mediados de 2003 y ya con el horizonte puesto en la crisis que vendría, de a poco la presión tributaria se fue incrementando hasta llegar al 22% del PBI.
El Estado crecía un 20% en relación a la década anterior y ya llevaba un crecimiento acumulado de un 50% desde los comienzos de la democracia.
El impuesto a los movimientos bancarios y las retenciones a las exportaciones eran las novedades de la década, pero a diferencia de lo actual, salimos de la crisis con menos impuestos que los que tenemos actualmente.
La pobreza se mantuvo en un promedio al 29% y los planes sociales ya superaban los 3 millones.
En la Argentina de 2012, la presión tributaria representó alrededor de 36% del PBI.
El Estado había crecido un 30% más y ya había duplicado su tamaño desde la vuelta a la democracia.
Los planes sociales, eran la vedette del momento, ya alcanzaban los 10 millones, y la pobreza nunca descendió de los niveles del 30%.
No nos olvidemos de nuestro castigado índice de precios, “la inflación”, endémica en nuestro país, que rondaba por aquel entonces desde los 40% y hasta 50 puntos.
Todos estos factores, acompañados de la creciente presión tributaria volvieron a dar serias muestras de estancamiento económico el cual había llegado para quedarse, y se quedo, para estar bien presente en toda esta década.
Hoy, la presión tributaria roza el 40%. La presión fiscal efectiva muestra qué porcentaje del PBI es recaudado por el Estado en forma de impuestos y se utiliza para medir el peso tributario del país
Cuando van a comprender que. la altísima presión tributaria es una de las principales debilidades de la economía argentina.
Por cada 12 meses del año, los argentinos trabajamos siete para el Estado, para pagar, casi confiscatoriamente, los impuestos y cinco meses para nosotros.
El Estado nos ha empobrecido, nos ha quitado las posibilidades de ser un país mejor. Y no solo son cuestiones meramente numéricas: cuanto mayor es la presión tributaria, menores son nuestras libertades.
Tenemos 82 tributos a nivel Municipal, 40 a nivel nacional y 41 a nivel provincial, 163 impuestos en el país, miles de regulaciones y una burocracia que nos devora todos los días, lo infame es que con el 10% de los principales impuestos (IVA, Ganancias, Seguridad Social, etc.) se genera la masa recaudatoria del país.
La cantidad excesiva de impuestos representa nuestra incapacidad para administrar, lo que es de todos. Basta comparar con otros países y darse cuenta. ¡Queremos ser más libres!
Debemos ser conscientes que “sin empresas no hay empleo”, “sin empleo no hay consumo”, “sin consumo no hay economía” y sin estos factores, no hay país serio que resista análisis. Seamos capaces de comprender lo que somos para poder llegar a transformar esta penosa realidad con un Estado distinto y con un futuro amigable para las generaciones venideras.
Cada emprendedor, comercio o pymes que cierra sus persianas se configura en una nueva familia más cerca de la pobreza.
(*) Abogado UBA. Especialista en Derecho Laboral y Previsional.Presidente de APREEA. Escritor y Analista Jurídico